Jueves.
Hoy fue un día larguísimo. Y digo fue aunque debería decir es, porque faltan años luz para que me vaya a acostar.
Como leí una vez en un blog, mi atención a mi espacio es directamente proporcional a la cantidad de obligaciones que tengo en mi agenda.
Esto me hace pensar, entre otras cosas, en agendas. Nunca, jamás, pude llevar una por más de dos o tres meses. Ni siquiera cuando era más chica y tenía una amiga que, además de hacerme conocer el camino a la fama con videoclips caseros de baja reputación, me mostraba su agenda llena de vericuetos, secciones, colores, recortes, accesorios y secretos que le encantaba compartir conmigo. Ni siquiera en ese momento -y eso que para mí era super atractiva la idea- lo logré.
Ahora, por ejemplo, tengo una bastante linda. Es toda negra, sí, pero le puse en la tapa un dibujito que me regaló una amiga que no es la que hacía videoclips -esta, más chic, había obtenido el dibujito en algún territorio del viejo continente, yo no me codeo con cualquiera-. Además, es del tamaño de un cuadernito Gloria, sólo que mejor alimentada, más rellenita. Es muy linda, pero el problema sigue existiendo. Jamás pude mantener una agenda. No entiendo por qué me sucede, pero la cuestión es que mi soporte predilecto para mis citas siempre termina siendo mi mano (que recién ahora comprendo para qué es tan grande).
Y el día sigue siendo largo y yo tengo que ir a estudiar, pero todavía no entiendo por qué no puedo llevar una agenda y por qué ni siquiera pude hacerlo cuando mi mamá me había comprado la Pascualina que era re cara y casi que te obligaba a que la mamarrachearas toda.
También pensé que me irrita mucho que la guía t de bolsillo sea tan frágil y que sus páginas siempre estén doblándose de aquí para allá, pero creo que eso no es algo que me conflictúe tanto como lo otro.
Hoy fue un día larguísimo. Y digo fue aunque debería decir es, porque faltan años luz para que me vaya a acostar.
Como leí una vez en un blog, mi atención a mi espacio es directamente proporcional a la cantidad de obligaciones que tengo en mi agenda.
Esto me hace pensar, entre otras cosas, en agendas. Nunca, jamás, pude llevar una por más de dos o tres meses. Ni siquiera cuando era más chica y tenía una amiga que, además de hacerme conocer el camino a la fama con videoclips caseros de baja reputación, me mostraba su agenda llena de vericuetos, secciones, colores, recortes, accesorios y secretos que le encantaba compartir conmigo. Ni siquiera en ese momento -y eso que para mí era super atractiva la idea- lo logré.
Ahora, por ejemplo, tengo una bastante linda. Es toda negra, sí, pero le puse en la tapa un dibujito que me regaló una amiga que no es la que hacía videoclips -esta, más chic, había obtenido el dibujito en algún territorio del viejo continente, yo no me codeo con cualquiera-. Además, es del tamaño de un cuadernito Gloria, sólo que mejor alimentada, más rellenita. Es muy linda, pero el problema sigue existiendo. Jamás pude mantener una agenda. No entiendo por qué me sucede, pero la cuestión es que mi soporte predilecto para mis citas siempre termina siendo mi mano (que recién ahora comprendo para qué es tan grande).
Y el día sigue siendo largo y yo tengo que ir a estudiar, pero todavía no entiendo por qué no puedo llevar una agenda y por qué ni siquiera pude hacerlo cuando mi mamá me había comprado la Pascualina que era re cara y casi que te obligaba a que la mamarrachearas toda.
También pensé que me irrita mucho que la guía t de bolsillo sea tan frágil y que sus páginas siempre estén doblándose de aquí para allá, pero creo que eso no es algo que me conflictúe tanto como lo otro.