martes, 26 de octubre de 2010

Internet y yo

Si bien hoy construye uno de los pilares de mi educación y por ello le estoy muy agradecida, internet y yo no siempre tuvimos una gran relación. De hecho, nuestra primera cita fue desastrosa.
Teníamos, bel y yo, algo así como 6 y 9 respectivamente. Mi papá nos dio la gran noticia: vamos a tener internet en casa. Para ese entonces, internet era algo que ansiaba con todo mi ser. Los programas de televisión empezaban a publicitar sus dominios web en los que encontraría "muchos más contenidos y diversión" una vez finalizado el show. Imaginate.
En ese entonces, la conexión venía vía teléfono. Nos organizamos. Padre nos dijo "van a tener 15 minutos de internet, piensen bien dónde quieren entrar porque no podemos ocupar el teléfono por una hora".
Ni siquiera lo dudamos un segundo. Al unísono gritamos "¡la página de Cartoon!". Pocas veces nos habíamos puesto de acuerdo tan rápido.
- Anotá, papá: doble be doble be doble be punto cartun con dos o network punto com.
- No! te olvidaste el ele a! Es cartoon network ele a punto com!
Papá hace caso. Loading. La emoción llenaba nuestros diminutos seres. Estábamos a un paso de la felicidad extrema y sin límites.
Cargó. Ahí, saludándonos desde el otro lado de la pantalla, todos nuestros seres queridos: los picapiedras, ed, edd, también eddie, dexter, su hermana y toda esa gente a la que tanto adorábamos y a la que nos hubiese encantado invitar a nuestros cumples.
- ¿Quieren jugar un juego?
No salimos de nuestro asombro. No sólo estábamos en internet... también PODÍAMOS JUGAR.
Al borde de la aneurisma le imploramos a padre que entrara urgentemente a cualquier juego que estuviera a la mano. Loading... Loading... Loading...
"Necesitás un plug-in para jugar a este juego"
Ruido estridente de nuestras ilusiones rotas. Tristeza. "Bueno, mañana jugamos porque ya pasaron los 15 minutos".
Nunca nos vamos a olvidar del comienzo de esta relación que hoy tanto nos nutre pero que otrora no supo hacer más que arrancarnos lágrimas de desilusión.

martes, 19 de octubre de 2010

Noches en las que desearíamos mandar a todos a cagar y en las que súbitamente se comprende que no hay bajón comparable al de levantarse con malhumor

En la RAE dice que "malhumor" puede ir así o separado. Yo lo prefiero junto. Las dimensiones físicas de la palabra, larga, ininterrumpida, gigante, describen mucho mejor el estado que dos palabras cortas que, encima, tienen una pausa en el medio. Porque pausa las pelotas. El malhumor empieza a la noche y te acompaña hasta el día siguiente. Todo el puto día. A sol y a sombra lo tenés prendado cual koala.
Empecé por desayunar. Sacar el hambre puede ser el primer paso en el camino a la felicidad. No, nada, lo único que cambió fue que mi malhumor dejó de venir con la banda sonora de mis ruidos estomacales.
Pensé en distraerme en internet, este dios que todo lo ofrece. Un carajo. Ni facebook, ni gmail, ni chat... ni siquiera youtube.
Empecé a pensar psicoanalíticamente. Me dije que, para resolver el problema, lo mejor puede ser encontrar las causas. Empecé a cavar en lo más profundo de mi conciencia a ver qué había disparado todo esto. "Bien, es un estado de cosas", pensé. Empecé a desmenuzarlas. Una por una. Tal vez así las podría resolver y, ya que el todo es la suma de las partes, mis problemas de ánimo se solucionarían en un santiamén. Las requetebolas. Rememorar cada hecho por separado fue inflar más cada uno de ellos. Terminé con ganas de ir a golpear puertas al canto de "se rifa una piña y tenés todos los números".
La sangre hierve. La cabeza estalla. Este koala de mierda no se me despega más.
Puta madre.