Siempre que escuchaba hablar de "La casa de los espíritus", daba por descontado que se paseaban miles y miles de Caspers por los cuartos asustando a todo aquel que osara perturbar la calma del mundo de los muertos.
Tiempo después, alguien me dijo que la casa de M. (genial poner "m." porque el mundo está plagado de emes y acá cualquiera puede sentirse el protagonista) era como la casa de los espíritus. Si bien para ese entonces ya había aprendido que mi elucubración en poco correspondía con la trama, me gusta pensar que el misticismo del título tiene algo que ver con lo que pasa en esa casa. Que, debo aclarar, no es sólo de M., sino de M. F. A. M. y así ad infinitum.
Mi primer acercamiento fue, digamos, interesante. Jóvenes, me dijeron, plagada de jóvenes. 6 por aquel momento.
Extraño, no menos interesante por ello. A pesar de dubitarlo, terminé accediendo a la visita que poco me tentaba porque estaría rodeada de desconocidos o de conocidos acompañados.
Llegamos.
La puerta, a punto de caducar, daba la bienvenida a un lugar oscuro (oscurísimo bajo el manto del desconocimiento).
Cuando nuestro Virgilio acudió al timbrazo de mi amiga M. (otra eme, ¿no les digo que son mil?) fue necesario un tirón firme y seco (que luego entendería yo que es requisito imprescindible para atravesar el umbral) para hacer posible el ingreso.
El recorrido por el pasillo no fue menos emocionante que el acto de apertura. Algunas luces muy lejanas intentaban bañar el pasillo eterno que además de no tener techo permitía ver muchos de los cuartos que, me enteraría después, formaban parte de la extraña construcción. Virgilio recorría con soltura y calma el camino y M. lo seguía sin temor alguno (no sólo por estar acompañada de su guardián, sino porque ella también tenía ya cierta familiaridad con el recorrido). Yo, sin embargo, con ojos desorbitados, intentaba captar todo lo que podía del trayecto.
Al final del pasillo, por fin, la puerta blanca. Otro tirón (las puertas de la guarida parecen contar con una especie de negación a la apertura suave y simple, gustan de un poco de violencia) y escaleras.
En ese momento, ya desesperanzada, creí que todo era un invento y que no existía tal casa, que toda nuestra noche se iría entre escaleras, pasillos, puertas reacias a dejarnos pasar y golpes por parte de nuestro guía. Resignada, seguí a la dupla por las escaleras.
Eran un poco empinadas. Yo llevaba una mochila gigante y empezaba a sentir que quizás sí nos acercábamos a algo. Los nervios, entonces, hicieron que me tropezara.
Disimulé mi casi caída procurando que nadie la notara y, cuando miré arriba para certificar que había logrado ocultar mi torpeza, ahí estaba.
Vi la espalda de mi amiga entrando por una puerta transparente. Había muchas otras pero consideré que lo más correcto sería seguir a M., hubiese sido muy descortés (aunque no poco emocionante) aventurarme a recorrer sola ese laberinto que, cual fitito de payasos, parecía una pequeñez de afuera pero sabía servir de morada para un gran contingente de jóvenes estudiantes.
Con mucho miedo, agarré el picaporte de la puerta que me habían dejado cortésmente abierta (sospecho que por mi poca familiaridad con el arte de los golpes) y decidí penetrar la espesura del bosque de lo desconocido. Entré a timbredearriba.
Tiempo después, alguien me dijo que la casa de M. (genial poner "m." porque el mundo está plagado de emes y acá cualquiera puede sentirse el protagonista) era como la casa de los espíritus. Si bien para ese entonces ya había aprendido que mi elucubración en poco correspondía con la trama, me gusta pensar que el misticismo del título tiene algo que ver con lo que pasa en esa casa. Que, debo aclarar, no es sólo de M., sino de M. F. A. M. y así ad infinitum.
Mi primer acercamiento fue, digamos, interesante. Jóvenes, me dijeron, plagada de jóvenes. 6 por aquel momento.
Extraño, no menos interesante por ello. A pesar de dubitarlo, terminé accediendo a la visita que poco me tentaba porque estaría rodeada de desconocidos o de conocidos acompañados.
Llegamos.
La puerta, a punto de caducar, daba la bienvenida a un lugar oscuro (oscurísimo bajo el manto del desconocimiento).
Cuando nuestro Virgilio acudió al timbrazo de mi amiga M. (otra eme, ¿no les digo que son mil?) fue necesario un tirón firme y seco (que luego entendería yo que es requisito imprescindible para atravesar el umbral) para hacer posible el ingreso.
El recorrido por el pasillo no fue menos emocionante que el acto de apertura. Algunas luces muy lejanas intentaban bañar el pasillo eterno que además de no tener techo permitía ver muchos de los cuartos que, me enteraría después, formaban parte de la extraña construcción. Virgilio recorría con soltura y calma el camino y M. lo seguía sin temor alguno (no sólo por estar acompañada de su guardián, sino porque ella también tenía ya cierta familiaridad con el recorrido). Yo, sin embargo, con ojos desorbitados, intentaba captar todo lo que podía del trayecto.
Al final del pasillo, por fin, la puerta blanca. Otro tirón (las puertas de la guarida parecen contar con una especie de negación a la apertura suave y simple, gustan de un poco de violencia) y escaleras.
En ese momento, ya desesperanzada, creí que todo era un invento y que no existía tal casa, que toda nuestra noche se iría entre escaleras, pasillos, puertas reacias a dejarnos pasar y golpes por parte de nuestro guía. Resignada, seguí a la dupla por las escaleras.
Eran un poco empinadas. Yo llevaba una mochila gigante y empezaba a sentir que quizás sí nos acercábamos a algo. Los nervios, entonces, hicieron que me tropezara.
Disimulé mi casi caída procurando que nadie la notara y, cuando miré arriba para certificar que había logrado ocultar mi torpeza, ahí estaba.
Vi la espalda de mi amiga entrando por una puerta transparente. Había muchas otras pero consideré que lo más correcto sería seguir a M., hubiese sido muy descortés (aunque no poco emocionante) aventurarme a recorrer sola ese laberinto que, cual fitito de payasos, parecía una pequeñez de afuera pero sabía servir de morada para un gran contingente de jóvenes estudiantes.
Con mucho miedo, agarré el picaporte de la puerta que me habían dejado cortésmente abierta (sospecho que por mi poca familiaridad con el arte de los golpes) y decidí penetrar la espesura del bosque de lo desconocido. Entré a timbredearriba.
12 comentarios:
"¿Debo casarme con W.? No, si no me revela las restantes letras de su nombre."
Woody Allen.
me gusta como escribis
continua por favor
:)
mirá meli, me gustó mucho el principio pero me rompe las pelotas que hayas usado el "de ..." para el título, porque adiviná qué? si, adivinaste, yo había planeado hacer todos mis post con "de xxx", que orignial!, ahora vas a sentir que me copié de vos, copiona.
hola meli, sos una genia por tu nick, con santi nos reimos mucho
ese M, qué tipo misterioso.
todos queremos ser M
SK censura
SK CENSURA
SK CENSURA, LOCO
Creo que quedó claro tu punto.
AH YO SE TODAS LAS LETRAS AHAAAAAAAAA
AAAAHAHAHAHAA
A
ME SIENTO RE BIEN
PORQUE ME DI CUENTA AL TOQUE
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
AA
A
A
AA
RE BUENO
MELI TODO EL HITCHISNJSNJOK
Hitchcock es un capo
que de nylon quiere volver a estar en el lugar que le correponde, ahí al lado en donde ponés a los otros.
vamos che, pongase las pilas SK.
Creo que las relaciones diplomáticas entre de nylon y SK acordaron un cese al fuego y una vuelta al dialogo. Además do otros beneficios recíprocos.
voy a almorzar
Besos afectuosos SK
Y de T no?
porque me dejan afuera...
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