A las noches en vela hablando por teléfono en el recoveco mínimo entre mi cama y la ventana. A las noches en vela llorando en ese mismo recoveco. A los novios que venían a ver tele en el cuarto compartido. A las películas en el living con el reflejo del balcón que implicaba muchas maniobras para encontrar el lugar perfecto.
A los vecinos, a Ricardo. Al guardia amigo, al romántico, al dormilón, al amargo, al servicial. A no bajar a abrir nunca la puerta. Al ascensor y su puerta fallada. A la puerta verde. A las llaves gigantes de la puerta verde. A la baulera.
A la pileta, a las tiradas a la misma inventadas con bel. Al tutti frutti tramposo en el living y en la cocina ("yo escribo en el living porque sino se copian de mí", decía papá para poder hacer trampa tranquilo). A las luces quemadas. A las horas de charlas con amigas en el living. A la biblioteca benefactora que siempre nos esperó con algún libro interesante .
A los momentos horribles, los llantos inconsolables y la angustia desesperante. Al miedo a la noche. A los días en que este dejó de ser nuestro espacio y se volvió uno ajeno, feo, deprimente.
A los cumpleaños en la mesa del living todos apretados. A las navidades y año nuevos en la mismísima mesa. Al lavadero con vinos que jamás tomamos. A las salidas del mismo al balcón por la ventanita y no por la puerta.
Al fin de la primaria, la secundaria, la facultad, las facultades. A los primeros desamores, a los segundos, a los terceros. A las plantas marchitas.
A mi casa. Chau, casa.