A ver. Cuando era chica dije en mi casa "cuando sea grande quiero ser astronauta y pintora". Aquello desencadenó lo siguiente:
Madre orgullosa: Aaaay, ¡qué lindo! ¿Pintora de cuadros?
Hija: No...
Madre desorientada: ¿De paredes?
Hija: No...
Madre intrigada: ¿Y de qué?
Hija: De los autos cuando los chocan.
Si de chica perseguía las metas de ser astronauta y chapista, ¿cómo diablos voy a estar en de acuerdo con mi situación académica actual?
sábado, 23 de enero de 2010
miércoles, 20 de enero de 2010
Diario de una mujer independiente
Nota al margen
Encontré la primer desventaja de la soledad. Tengo que resignar el bronceado de la espalda a menos que:
a) empiece a importarme un pito el cáncer de piel
b) abandone mi vergüenza y le pida a la señora de al lado (una gordita y muy gritona) que me ponga protector solar en la espalda
c) abandone la monogamia y le pida a uno de los hombres de por ahí que hagan lo que no me animé a pedirle a la señora gordita
Todos sabemos que tengo bastante temor a las enfermedades, así que a no es opción. También sabemos que las monjas algo supieron introducirme en la cabeza y la monogamia sigue siendo la mejor opción. Vamos a ver si la gordita se copa o si yo termino amigándome con este palito de la selva style.
Encontré la primer desventaja de la soledad. Tengo que resignar el bronceado de la espalda a menos que:
a) empiece a importarme un pito el cáncer de piel
b) abandone mi vergüenza y le pida a la señora de al lado (una gordita y muy gritona) que me ponga protector solar en la espalda
c) abandone la monogamia y le pida a uno de los hombres de por ahí que hagan lo que no me animé a pedirle a la señora gordita
Todos sabemos que tengo bastante temor a las enfermedades, así que a no es opción. También sabemos que las monjas algo supieron introducirme en la cabeza y la monogamia sigue siendo la mejor opción. Vamos a ver si la gordita se copa o si yo termino amigándome con este palito de la selva style.
martes, 19 de enero de 2010
Diario de una mujer independiente
Día 1
Hace años que espero este momento. No sentí que llegaría con tanta rapidez, inesperado, una cachetada. Pero llegó, y ¡qué dulce cachetada!
La independencia por fin logró inmiscuirse por un vericueto de la vida familiar y heme aquí, más sola que el diablo.
Desde chica soñaba con vivir sin compañía. Me pasaba tardes jugando a "la casita", pero mi casita no era la que las monjas nos imponían cuando, en el jardín de infantes, nos obligaban a jugar a los rincones y daban por sentado que en el rincón de la vivienda tenía que haber un papá, una mamá y un hijito.
En mi rincón casita estaba yo sola. No había hijos, no había papás. Yo, con mi alma, con mis dotes de ama de casa -en mi imaginación eran los más amplios- y con uno o dos perros.
Mi papá siempre se acuerda de que, cuando era chica, yo decía que quería tener perros en lugar de hijos.
Hoy no tengo ni unos ni otros pero estoy sola en la casa.
Lo primero que decidí fue leer una novela que habla de Inés Suárez. Inés fue una española que participó de la conquista de Chile y de la fundación de Santiago. La novela que leo parte de las crónicas verídicas que escribieron sus contemporáneos y agrega datos de color que posiblemente sean ficción. Eso no me importa.
Lo segundo que decidí fue hacer un plato de arroz. Las artes culinarias, me dije, deben estar entre mi lista de atributos, sólo que nunca las supe explotar como se debe.
Conseguí el arroz, primer paso dado. Me di cuenta de que no había qué ponerle. Afuera llovía. Lo tomé como un desafío.
Me hice la canchera y pensé "armo una salsa con lo primero que encuentro en la heladera". La independencia no me puede agarrar desprevenida. Esto es supervivencia del más apto. No comés, te jodés. Y nada de delivery, no, no, no. Hubiese sido el equivalente a llevar un celular largo alcance a Expedición Robinson.
Abrí la heladera. Encontré queso cheddar. Encontré leche. Con una matemática bastante rústica armé una ecuación en la cual, de la unión de mis dos ingredientes, salía una magnífica salsa digna de un gourmet. Puse manos a la obra.
La obra recibió el repudio de la crítica.
No importa, pensé, es cuestión de práctica, ya voy a encontrar la manera.
Me fui a acostar sintiendo que un grupo de elefantes bailaba tap en mi estómago.
Leí un poco más sobre Inés. Supo llenarme de coraje para el día siguiente.
Día 2
Afuera llovía. La experiencia del día previo pasó sin pena ni gloria porque, al levantarme, mi estómago estaba listo para otra práctica.
Me puse a pensar acerca de mi independencia y me di cuenta de que debía estar haciéndolo bien. El indicio me lo dieron mis uñas. Por primera vez en años, el esmalte me duraba más de 4 días sin que me lo descascarara (qué palabrita, eh). Me dije que cualquier mujer madura debería poder llevar un esmalte sin problema por, al menos, dos semanas. Menos, inmadura, más, zaparrastrosa. Otra vez mi matemática al servicio de mis cavilaciones.
Una vez que concluí eso, me sentí tan bien que decidí hacer un brownie. ¿Qué mejor forma de celebrar mi independencia que con chocolate?
Las instrucciones en el paquete eran muy claras. Las seguí al pie de la letra.
La caja nunca me indicó que se trataba de blackies en lugar de brownies. Puteé. Pensé que, mientras Inés se las ingeniaba para participar de la conquista de Chile sin descuidar sus encantos femeninos, yo no podía con un puto brownie con instrucciones en la caja.
Sin embargo, no me desanimo. Afuera sigue lloviendo, creo que es hora de cocinar algún nuevo manjar.
Hace años que espero este momento. No sentí que llegaría con tanta rapidez, inesperado, una cachetada. Pero llegó, y ¡qué dulce cachetada!
La independencia por fin logró inmiscuirse por un vericueto de la vida familiar y heme aquí, más sola que el diablo.
Desde chica soñaba con vivir sin compañía. Me pasaba tardes jugando a "la casita", pero mi casita no era la que las monjas nos imponían cuando, en el jardín de infantes, nos obligaban a jugar a los rincones y daban por sentado que en el rincón de la vivienda tenía que haber un papá, una mamá y un hijito.
En mi rincón casita estaba yo sola. No había hijos, no había papás. Yo, con mi alma, con mis dotes de ama de casa -en mi imaginación eran los más amplios- y con uno o dos perros.
Mi papá siempre se acuerda de que, cuando era chica, yo decía que quería tener perros en lugar de hijos.
Hoy no tengo ni unos ni otros pero estoy sola en la casa.
Lo primero que decidí fue leer una novela que habla de Inés Suárez. Inés fue una española que participó de la conquista de Chile y de la fundación de Santiago. La novela que leo parte de las crónicas verídicas que escribieron sus contemporáneos y agrega datos de color que posiblemente sean ficción. Eso no me importa.
Lo segundo que decidí fue hacer un plato de arroz. Las artes culinarias, me dije, deben estar entre mi lista de atributos, sólo que nunca las supe explotar como se debe.
Conseguí el arroz, primer paso dado. Me di cuenta de que no había qué ponerle. Afuera llovía. Lo tomé como un desafío.
Me hice la canchera y pensé "armo una salsa con lo primero que encuentro en la heladera". La independencia no me puede agarrar desprevenida. Esto es supervivencia del más apto. No comés, te jodés. Y nada de delivery, no, no, no. Hubiese sido el equivalente a llevar un celular largo alcance a Expedición Robinson.
Abrí la heladera. Encontré queso cheddar. Encontré leche. Con una matemática bastante rústica armé una ecuación en la cual, de la unión de mis dos ingredientes, salía una magnífica salsa digna de un gourmet. Puse manos a la obra.
La obra recibió el repudio de la crítica.
No importa, pensé, es cuestión de práctica, ya voy a encontrar la manera.
Me fui a acostar sintiendo que un grupo de elefantes bailaba tap en mi estómago.
Leí un poco más sobre Inés. Supo llenarme de coraje para el día siguiente.
Día 2
Afuera llovía. La experiencia del día previo pasó sin pena ni gloria porque, al levantarme, mi estómago estaba listo para otra práctica.
Me puse a pensar acerca de mi independencia y me di cuenta de que debía estar haciéndolo bien. El indicio me lo dieron mis uñas. Por primera vez en años, el esmalte me duraba más de 4 días sin que me lo descascarara (qué palabrita, eh). Me dije que cualquier mujer madura debería poder llevar un esmalte sin problema por, al menos, dos semanas. Menos, inmadura, más, zaparrastrosa. Otra vez mi matemática al servicio de mis cavilaciones.
Una vez que concluí eso, me sentí tan bien que decidí hacer un brownie. ¿Qué mejor forma de celebrar mi independencia que con chocolate?
Las instrucciones en el paquete eran muy claras. Las seguí al pie de la letra.
La caja nunca me indicó que se trataba de blackies en lugar de brownies. Puteé. Pensé que, mientras Inés se las ingeniaba para participar de la conquista de Chile sin descuidar sus encantos femeninos, yo no podía con un puto brownie con instrucciones en la caja.
Sin embargo, no me desanimo. Afuera sigue lloviendo, creo que es hora de cocinar algún nuevo manjar.
miércoles, 6 de enero de 2010
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