Decidió llamarlo Gumersindo.
Ni "Rayito", ni "Blanco", ni "Pegaso", ni siquiera "de Troya". No, no, él era Gumersindo.
El bautizado no se sentía a gusto con su rótulo, que lo ubicaba en el centro de las burlas de todos sus compañeros. Rocinante ni siquiera lo miraba, Tornado se reía cada vez que lo veía entrar al establo y Rosita le robaba su pedazo de fardo. Las burlas eran cada vez más insoportables.
Maldecía constantemente el día en que lo habían separado de su madre para obsequiarlo a ese pelagatos envidioso, que no podía lidiar con el hecho de llamarse Rutilio y por eso castigaba a todos los que podía para que sufrieran su misma suerte.
Un día de chequeo general, Rutilio se acercó al establo al grito de "Guuumeeeer". Por supuesto, todos los concubinos de Gumersindo comenzaron a reír por lo bajo como de costumbre.
A punto de comenzar el dueño con el chequeo y en un acto desesperado, el equino mordió la única porción de fardo que Rosita, ya satisfecha, le había dejado. El amo, con su tono más comprensivo, intentó dialogar con el empacado.
"A ver qué tenés ahí... dale, Gumer, abrí la boca, a ver... ¿Qué tenés ahí?" decía mientras se acercaba cada vez más para intentar ver qué mascaba.
"¡GUMERSINDO!" Gritó, creyendo que la autoridad era lo necesario en ese caso. Desgraciadamente, no fue buena su elección de palabras. Al oír su nombre, el animal abrió su boca y devoró automáticamente el ojo que tenía más cerca.
Ese día Rutilio aprendió y nos enseñó a todos nosotros a qué animales es mejor no mirarles la dentadura.
Ni "Rayito", ni "Blanco", ni "Pegaso", ni siquiera "de Troya". No, no, él era Gumersindo.
El bautizado no se sentía a gusto con su rótulo, que lo ubicaba en el centro de las burlas de todos sus compañeros. Rocinante ni siquiera lo miraba, Tornado se reía cada vez que lo veía entrar al establo y Rosita le robaba su pedazo de fardo. Las burlas eran cada vez más insoportables.
Maldecía constantemente el día en que lo habían separado de su madre para obsequiarlo a ese pelagatos envidioso, que no podía lidiar con el hecho de llamarse Rutilio y por eso castigaba a todos los que podía para que sufrieran su misma suerte.
Un día de chequeo general, Rutilio se acercó al establo al grito de "Guuumeeeer". Por supuesto, todos los concubinos de Gumersindo comenzaron a reír por lo bajo como de costumbre.
A punto de comenzar el dueño con el chequeo y en un acto desesperado, el equino mordió la única porción de fardo que Rosita, ya satisfecha, le había dejado. El amo, con su tono más comprensivo, intentó dialogar con el empacado.
"A ver qué tenés ahí... dale, Gumer, abrí la boca, a ver... ¿Qué tenés ahí?" decía mientras se acercaba cada vez más para intentar ver qué mascaba.
"¡GUMERSINDO!" Gritó, creyendo que la autoridad era lo necesario en ese caso. Desgraciadamente, no fue buena su elección de palabras. Al oír su nombre, el animal abrió su boca y devoró automáticamente el ojo que tenía más cerca.
Ese día Rutilio aprendió y nos enseñó a todos nosotros a qué animales es mejor no mirarles la dentadura.
4 comentarios:
Tiembla Felipe Pigna con la aparición de Felisa Trompada. Así se reescribe la historia!
Me encanta que intentes buscar explicaciones para los dilemas de la vida cotiadiana...
Primero lo de Britney, después lo de "No hay tu tía" y ahora esto... sos mi enciclopedia ilustrada
clap! clap! clap! clap!
con qué eso fue lo que pasó? muy interesante, e inquietante a la vez.
Andá pensando porque si hay otra cosa que me cuestiono todos los días es qué tiene que ver la verdad con la milanesa...
Me agrada este comienzo, es raro encontrar astronautas en el espacio exterior.
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