Estaba en la parada del segundo colectivo que me tomo cuando vuelvo de la facultad. Venía quemada como cualquier persona que cursa en ciudad universitaria un viernes a la noche.
El colectivo no llegaba. Todos los que estábamos esperándolo nos movíamos, caminábamos en círculos, nos asomábamos estirando el cuello para ver si, de alguna manera, teníamos indicio del 126. Pero nada.
La chica de adelante mío, una chica con el pelo rojo pasión, parecía absorta en su mundo. Ella no cogoteaba ni caminaba en círculos, solo se movía en su lugar pero parecía hacer un bailecito más que estar ansiosa como todo el resto.
De repente, se dio vuelta.
-¿Vos sos mi vecina?
La pregunta me tomó por sorpresa. Pensé que estaba chiflada. Después pensé que me había confundido. Después pensé que tenía ojos en la espalda, porque no noté que se hubiera dado vuelta para mirarme. Finalmente, la reconocí. Era B.
Yo a B. la conocí hace muchos años de manera cibernética. Mi novio de ese momento llegó a su fotolog (fa, mirá el revival que te tiro) y así la conocimos. Yo nunca la había visto en persona hasta ahora.
Le dije que sí, que efectivamente éramos vecinas.
- No te reconocí porque en las fotos no tenés el pelo así, ni siquiera lo tenés rojo.
- Sí, vos también sos distinta. Parecés más chiquita en persona y además, sos mucho más linda. En las fotos no salís muy bien.
Ahí entendí todo: una persona que me batió la justa a las tres palabras de hablarme tenía que tenerla clara.
- ¿Caminamos? El 126 no va a venir y son 10 cuadras, charlando se pasan rápido.
Accedí. Me había predispuesto muy bien que me saque la ficha como lo hizo. Empezamos a caminar.
En la primer cuadra me contó sobre su novio. Yo asentía y escuchaba atenta. No participaba muy activamente, todavía trataba de entender esa situación.
En la segunda cuadra me preguntó por mi novio del momento en que empezamos a hablar cibernéticamente. Fue mi primer novio, le conté. También le conté que no salimos más desde hace ya como 4 años. Ella me contó que ese novio mío salió con su hermana un par de veces. Me pareció un dato de color interesante.
En la tercera cuadra me contó cómo su suegro la vio semidesnuda en la cocina de su casa (de la casa del suegro) y cómo eso instaló el quiebre en el vínculo con su familia política. Su pelo, colorado, acompañaba la imagen que la familia del novio se hacía de ella.
Ella veía que yo no aportaba tanto. Me empezó a preguntar sobre mí.
La cuarta cuadra, entonces, fue ponerla al día sobre mi situación amorosa (más bien, contarle toda mi vida amorosa, ya que nunca supo de ella). Contando con más material, empezó a opinar. Consideró un acierto mi separación con mi primer novio. Opinó que al segundo no le di el tiempo suficiente.
Todo seguía siendo raro, pero no podía perder tiempo pensando en eso, las cuadras estaban por acabarse y quería recopilar la mayor cantidad de cosas de esa noche, era bastante extraña.
A la quinta cuadra, siendo ya más confianzudas las dos y embebidas en el espíritu solitario de la noche que nos hacía sentir, más o menos, como las únicas dos personas caminando por caballito, empecé a soltarme más. Hablé sobre ella y su novio, sobre la familia del novio. Hablamos de política, también. Me contó que su familia política la veía como demasiado liberal y eso era un problema. Pero también me dijo que su novio era como ella, con lo cual no le daba pelota a su familia. "Por eso estamos bien como estamos, porque somos los dos ovejas negras en nuestras familias" dijo. La sexta y la séptima cuadra se pasaron volando entre anécdotas vergonzosas que incluían a sus suegros y a su cuñada.
Me dio pena, en un momento, su mala suerte con la familia del novio. Pero después la vi, la escuché hablar y me di cuenta de que pocas veces me crucé con personas tan enamoradas. Hablaba tranquila, sin levantar la voz, pero cada vez que nombraba a su él, tenía un dejo de noséqué que lo hacía evidente. Frente a eso, pensé, ni una legión de suegros iba a poder.
Íbamos por la octava cuadra. A ella le quedaba una, a mí dos.
Siendo consciente, creo, de que le se le acababa el trayecto al lado mío, disparó.
- ¿Y cómo estás?
La pregunta fue extraña. Sonó como una pregunta hecha por alguien que me conoce hace años, que conoce hasta el detalle más insignificante de mi vida privada. B. me había conocido hacía ocho cuadras. Ocho cuadras le bastaron para hacerme esa pregunta.
Un poco sorprendida, otro poco atontada y otro poco perdida entre todos estos pensamientos que aparecían, me olvidé de responderle.
Pasados unos segundos, me apuré y vomité un "muy bien, por?" que fue menos convincente que los planes de año nuevo.
Sonrió. Se dio cuenta de todo lo que pasó en esos segundos, estoy segura. Entendió todo. Lo entendió tan bien que me dejó con mi respuesta, sin retrucar, decidió no hacerme sentir incómoda y siguió caminando, en silencio, a pesar de que sabía que mi respuesta no era del todo verídica.
Cruzamos la calle. Estábamos por llegar a su casa. No hablamos. Cuando estábamos en la puerta, me dijo "bueno, yo vivo acá". La saludé. Ella hizo lo mismo y me dijo "espero que se repita".
Caminé la cuadra que me faltaba. Y hasta llegar a mi casa, a mi cuarto, a mi cama, lo único que pensaba era una puta frase. La frase que me quedó atragantada y que no me animé a decir:
Yo también.